La Noche Que Más Lloré
- MiickeyDs
- 27 may 2016
- 5 Min. de lectura

El día no inició igual que los demás, este era especial, era día de gran final, era momento de revertir la historia, era vs el odiado rival, era en su cancha, llevábamos un gol de ventaja y el ánimo a tope después de madrear a unos RK dos días antes en Chabacano, con amenazas de muerte a cuestas y un gran carnaval por iniciar, era 26 de Mayo del 2013 y La Banda de Cruz Azul no se podía perder el partido de esa noche. La salida de casa rumbo al Estadio Azul fue tranquila para nosotros, que éramos parte de Los De La 10, al no ser un barrio organizado, no tuvimos punto de reunión. Pero para los barrios organizados el trayecto estuvo lleno adrenalina al poder darse un topón con alguna facción azulcrema. No sucedió mucho, ellos también estaban enfocados en lo suyo y hubo muy poca violencia para lo que se esperaba después de las amenazas a algunos integrantes de La Sangre Azul por parte del Ritual del Kaoz. Llegaban y llegaban buses al Estadio Azul, toda La Sangre se congregaba en el templo azul, había al menos 30 camiones, 5 combis y varios carros particulares. Llegó la hora de repartir los ticket, los que habíamos estado todo el torneo presente y realizado viajes, teníamos aparentemente asegurado el ticket, y digo aparentemente porque contrario a lo que dicta alguno de los códigos de un Barra "jamás abandonar a tu gente", hubo quien lo hizo y frustró el derecho y la ilusión de otros fieles. Desde ahí la cosa ya iba mal. Unos con ticket en mano, otros con dinero para conseguirlo en reventa y otros solo por hacer acto de presencia en él Azteca, inicio la caravana de buses rumbo al Coloso de Santa Ursula, el trayecto de siempre, viajando a gran velocidad por Periférico y todos alentando con los típicos cánticos de aliento a Cruz Azul, en contra del rival y de ilusión por la 9a Copa. Pero había algo diferente, claramente estábamos frente a un Clásico, pero no era cualquier clásico, era un Clásico Joven con una copa de por medio, y se respiraba ese nerviosismo, esa ansiedad, ese miedo, esa alegría. Porque todo podía suceder. La llegada al Azteca fue tranquila, y muchos de los que no llevaban ticket sucumbieron ante la reventa con precios de hasta $2500 el más barato. Faltando dos horas para el partido, la gente de la orquesta se empezó a reunir afuera de la entrada visitante, todos preguntándose lo mismo, ¿Dónde está nuestro Líder?. Minutos después una mujer de la Primera Línea se acercó a nosotros y nos dijo, "Acaban de atorar al Líder, no se si lo vayan a soltar, pero me dijo que el Miickey se quedaba a cargo de todo, el ya sabe que tiene que hacer, así que los demás háganle caso". Yo me quedé frío, pero a la vez mi prima, que no tenía ticket, me alentó a enterar al Azteca y llevar a cabo mi misión, hacer que el corazón de la hinchada latiera más fuerte que nunca. Con un gran dolor por dejarla afuera, y quizá tampoco respetar mis ideales, decidí hacer lo mío, a final de cuentas lo de ella era algo que no estaba en mis manos y sus palabras me habían dejado más tranquilo. Así que entre con los que ahura estaban bajo mi mando, Los de la 10. Fue la Primera Línea de la Barra quién me facilitó los instrumentos que había dejado el Líder y con un una palmada en la espalda y unas palabras de aliento provenientes del Capo de la Barra, emprendimos el ya tan conocido ascenso en zig zag a lo más alto del impresionante inmueble que vio Campeón del Mundo a Pelé y Maradona. Después de pasar el último retén policial ya nos estaba esperando un antaño de la Barra y de la orquesta para organizar la entrada, agarró un bombo y quiso empezar a dar ordenes, pero aquélla mujer que me dio la noticia de mi ascenso temporal alzó la voz y le dijo "A ver pendejo, deja ese bombo ahí que tu no vas a mover a nadie, el Líder dijo que hoy mueve el Miickey, así que orale cabrón a lo tuyo", y me llamó con la mano. Ahí inició mi momento , lo primero la repartición de los 8 Bombos a los murgueros más destacados del torneo, después ordenar formación de trompetas y bombos para que estos últimos entraran de la manera correcta y con su letra correspondiente, y por último tomé mi bombo, el primero en la fila y decidí entrar tocando "Se me ha perdido un corazón". Así entonces subimos las escaleras entonado ese cántico y en ese momento la tribuna sur del Azteca explotó... Todos cantando "Y vamos, vamos Cruz Azul que yo contigo siempre estoy, hasta que muera. Vamo'a dejar el corazón, tu en la cancha y yo en el tablón, por la Novena", esa última estrofa fue la que me hizo elegir ese cántico. El camino desde las escaleras hasta nuestro lugar fue impresionante, un júbilo total y todo era obra mía. Faltaba una hora para que iniciara el partido y todo estaba listo, los 'titulares' de la orquesta dejamos tocar a los 'suplentes' mientras daba inicio el cotejo.

El reloj marcaba las 8:00 pm y el silbato del árbitro daba por iniciada la Gran Final del Fútbol Mexicano. Apenas 20 minutos después, Teófilo Gutierrez anotaba el 1-0 y nosotros lo festejábamos más que nunca, unos mirando al cielo, otros con lágrimas, otros más fundiéndose en un abrazo con el compañero de al lado, pero todos cantando el gol que más nos acercaba a la Novena estrella en 15 años. Se fue el primer tiempo y Cruz Azul tenía todo a su favor, 2-0 global, un jugador más en la cancha y un Estadio Azteca en su mayoría azulcrema totalmente mudo con los azules festejando. El segundo tiempo transcurrió con nervios, más aún después de una jugada de Pablo Barrera que terminó en el poste y el mismo Gutierrez no pudo mandar al fondo del arco y de ver que un técnico incapaz le regaló la iniciativa a un equipo con un corazón enorme, había que matarlos y les cedió el balón echando atrás al equipo sin una idea de como defender. Corría el minuto 85 y la mayoría de la gente de Cruz Azul con la negativa de la orquesta empezó a entonar el 'Cielito Lindo', vaya error, festejar antes de tiempo. Tres minutos después un cabezazo de Mosquera despertaba a un estadio que ya lucía numerebles huecos. De este lado había aún un poco de confianza y del otro había una ilusión tremenda. Se agregaron 3 minutos, 3 minutos que se hicieron como 3 horas, y fue entonces que a 30 segundos del final un cabezazo del portero águila con colaboración de Alejandro Castro empataba el marcador global. Jamás había sentido una sensación así, algo inexplicable, yo veía como todo el Estadio se movía, pero yo no escuchaba nada. Por increíble que parezca después de eso sólo tengo algunas imágenes en mi cabeza. Pavone golpeando el césped, una jugada peligrosa de Benítez que tapó Corona, Castro volando su tiro penal, Chávez cobrando como se debe, Layún anotando el penal que coronaba al América.

Hasta que a la salida rumbo a las rampas un golpe en la cabeza me regreso a la realidad, éramos de nuevo subcampeones, ante el odiado rival, en su cancha, con una reacción memorable. El golpe que recibí, fue por parte de un exintegrante de La Sangre. Con el calor de la derrota, salieron a flote viejas rencillas con una facción de exintegrantes, los superábamos en número y terminamos corriéndolos. El regreso al Azul fue de total incredulidad y silencios dolorosos. Nadie hablaba, nadie lo creía, teníamos todo preparado para el festejo y ya no había nada por hacer. El equipo no nos llevaría la Copa al Azul, no habría convivió con los jugadores campeones y el Ángel de la Independencia se vestiría de amarillo y no de Azul. Esa amigos míos, después de dejar el Estadio Azul, fue la noche que más lloré.
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